¿Por qué estuvo de buen humor el alcalde durante la recepción?
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Y al fin, tiznado enteramente el cielo, sin rayos ni relámpagos, se ha hecho la más completa oscuridad, la que envuelve a su hija perdida, acunándola en su aturdimiento. La noche se arrastra interminable. Entre el silencio de una habitación y el silencio de la otra habitación, se ha dibujado el tercer silencio: el de Floreana. Alerta
El tiempo de Floreana pierde su forma. Si unas pisadas en el piso ... ¿es idea mía o las oigo? No hay tal pisada. Continúa la lluvia sin piedad, lo único vivo de la noche.
Arroparse, cobijarse en las frazadas vacías esperando. Silencio traidor, nada se oye. Ni un crujido. Lo más sabio es que el silencio continúe, le dice una de sus voces, ése es tu designio, a eso has venido. Pero si yo no lo estoy llamando, contesta la otra voz, mi humildad yace en esta cama, no he hecho un solo gesto. No te defiendas, no te acuso, pero aunque es mudo tu grito, gritas igual.
La lana del suéter es tan delicada como su obsequio: no arrugues tu ropa al dormir, le dijo él, si no tienes pijama usa este chaleco. Levantó los brazos, desprendiendo de su cuerpo el poco calor que poseía. Floreana se fue a acostar acariciando el suéter. Ahora lo huele. Apoderarse de cualquier huella, aunque sea la de su sudor.
Se sentaron a la única mesa, la estufa de leña cerca
Flavián la mira sin distracción y alza el vaso. Le sonríe con este placer callado y somnoliento de un buen fin de jornada.
Ella le devuelve su sonrisa más tímida. Él ha tocado esa timidez. No dan por terminado el día.
Nada más lejano a sus intenciones, detesta la separación y quiere permanecer allí.
Flavián apoya el mentón en ambas manos. Floreana toma un Kent de la cajetilla que está al lado, y él se apresura a encenderlo, inclinándose sobre la mesa con un mechero para alcanzarla. Una gruesa vena azul surca la mano huesuda y grande del doctor; ya no es joven, y esto le inspira a Floreana, no sabe bien por qué, ternura.
Se acuerda de días en los que, fantaseando, había llegado a imaginarse como una de aquellas mujeres, con un hijo en los brazos, un hijo de Flavián. Se imaginaba feliz, o en paz, como si aquel pequeño ser, en su insuficiencia, llenase todos los vacíos sin respuesta.