El narrador exigió al hombre que …
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En la esquina de López de Hoyos con Príncipe de Vergara había una pareja discutiendo. Ella lloraba y cuanto más lloraba ella, más agresivo se ponía él. Me acerqué con disimulo deteniéndome frente al escaparate de una tienda de muebles. Entonces la mujer dijo: "Pues si quieres, lo metemos en mi maletero".
No comprendí a qué se refería, pero la voz me sonó familiar y me di cuenta de que se trataba de la chica del telediario. Era un poco más delgada que en la pantalla y su voz tenía un registro agudo que en la televisión tampoco se advertía, pero no hay que olvidar que estaba excitada por el asunto del maletero. Entonces, él advirtió mi presencia y continuaron andando un poco más contenidos los dos.
Al día siguiente, cuando empezaron las noticias, me fijé en la chica y advertí que había llorado. Un espectador menos atento, o que no hubiera asistido a la pelea del día anterior, no se habría dado cuenta, porque el maquillaje era perfecto. Lo más probable era que se hubiera puesto colirio también, para iluminar un poco la pupila. Pero se percibía en el fondo de los ojos un poso de cansancio. Me dio lástima, la verdad.
Durante los siguientes días la observé con atención y comprendí que las cosas entre la chica y el hombre no iban mejor. Tenía mala cara, pese al maquillaje, y no llevaba el pelo tan arreglado como era habitual. Si yo fuese su padre, pensé, hablaría con el hombre ese que le daba tantos disgustos. Y le exigiría que utilizara su propio maletero.
No es raro que estas mujeres que salen en la tele acaben liadas con individuos malos, que se aprovechan de su fama. Por otra parte, hay gente que lleva los maleteros llenos de cadáveres. Recé para que la pobre no estuviera implicada en un crimen. En esto, me dio la impresión de que entre noticia y noticia la chica hacía con la boca un gesto como de pedir socorro.
Durante toda la semana me estuve fijando con detenimiento en cada una de sus expresiones y llegué a la conclusión de que pedía auxilio, sin ningún género de dudas. No sabía qué hacer. Podía llamar a la emisora de televisión, pero quizá tampoco me creyeran.
Esa tarde, me presenté en la misma esquina a la misma hora en que los había encontrado la vez anterior. Pensé que quizá la chica viviera por allí y tuviera la suerte de encontrármela. Esperé un cuarto de hora sin que apareciera nadie y, ya resignado, fui dando un paseo hasta el Vips para tomarme una botella de agua mineral. Me senté a la barra, encendí un cigarrillo y al darme la vuelta para echarle un ojo al panorama, los vi sentados a una mesa cercana. Ella llevaba gafas de sol, pese a la oscuridad reinante, lo que era signo evidente de que había vuelto a llorar. De súbito, sin embargo, soltó una carcajada. Algunos clientes se volvieron porque no se trataba de una carcajada normal. Quizá estaba intentando llamar la atención. Esperé un poco y al ver que ella se levantaba para ir al servicio me acerqué a la mesa y abordé al hombre: "Escúchame bien, porque no te lo voy a decir más que una vez, imbécil: si sigues haciendo sufrir a esa chica, vas a encontrarte con problemas. Conozco a mucha gente en la policía, quizá yo mismo sea policía. Y otra cosa: cuando tengas que esconder un muerto, hazlo en el maletero de tu propio coche".
Comprendí por su expresión que había dado en el clavo y salí a la calle antes de que ella volviera del servicio. Al día siguiente, vi el telediario con atención y me di cuenta de que la chica tenía una mirada especial, como si intentara darme las gracias.