Las cartas que recibía la mujer no llevaban la dirección porque su amigo …
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La chica de la cámara de fotos
Cuando regresé del trabajo había una carta en el buzón. Reconocí la letra de mi amigo, sabía que no tendría remitente, para que así no pudiera contestarle. Siempre me hacía ilusión recibir cartas suyas, era emocionante ver los folios cubiertos de letras que me dirían algo, era como caminar por la playa y encontrar en la orilla del mar una botella con un mensaje dentro.
Su caligrafía era dura, pésima y complicada, transmitía desorden emocional, no respetaba los márgenes y a veces la punta del boli atravesaba la hoja. Sin embargo, el contenido de sus cartas era completamente distinto, como si fuese capaz de reflejar su propia alma en un espejo, como esos lagos que invitan a caminar sobre su superficie.
“Llevo años escribiendo un libro, todavía no sé cuándo lo terminaré, siquiera si tiene algún final. La gente piensa que al hecho de escribir le rodea un halo de magia o misterio, pero no es para nada así. No hay nada de mágico en encontrar un momento de soledad, prepararme un café, sentarme en un silencio, poner música, quitarme el reloj de pulsera y dejarlo en la mesa. Y encararse con el miedo sobrecogedor de abrir una nueva página de Word sin saber qué cosas van a poblarla. Y tantas veces amanece en la ventana, los coches se marchan calle abajo, se oyen las charlas y la algarabía de niños camino del colegio.
He escrito en tantas casas, en tantas ciudades y países y a tantas edades, ha entrado tanta gente en mi cuarto mientras lo hacía. Una madre, un hermano, un amigo, una llamada de teléfono, un timbrazo en la puerta, una chica. Me desanimo al pensar que no concluiré jamás la historia y que ya borré montones de páginas que ya no me decían nada, quizá porque la persona que las escribió ya no existe, porque he cambiado y me han pasado demasiadas cosas. Me apena cuando tengo que dejar morir a un personaje, por accidente o en una soledad del hospital, que en el fondo es lo mismo, o que el amor dure siempre tan poco. A veces me siento culpable y rescato a algunos personajes, les doy una vida más pequeña en otro cuento, les escribo algún poema sin que nadie lo sepa.
Cuando pienso en el resto de las personas, con sus vidas, con su ir y venir, con sus planes de futuro, hablando de trabajo, de política o de fútbol, no entiendo cómo pueden vivir sin la escritura, sin la lectura al menos. O a lo mejor es que no me comprendo a mí mismo y los cuestiono para defenderme. No importa, termino regresando aquí. Pero ellos, cuando se enteran, hacen preguntas. ¿Cuántos ejemplares has vendido, dónde lo publicaste, cuánto dinero has ganado? Suelo sonreír lastimosamente, dar unas explicaciones, cambiar de tema, mientras anhelo regresar a mi cuarto y mi mesa.
En realidad te escribo porque hoy he visto a una chica haciendo fotos de la ciudad. Me quedé mirándola, ella se llevó la cámara al pecho al cruzarse nuestras miradas. Supongo que lo trasnochado de mi rostro le infundió miedo y pensaba que fuera a robársela, yo iba camino de la compra y el frío me empujaba a caminar rápido. Ella no sabía que me recordaba a otra chica. Ella no sabía que iba a formar parte de esta carta, quizá me tomara una foto de espaldas o puede ser que dejara de hacer fotos por un rato.
¿No te parece increíble? Hacía frío y ella estaba allí tratando de captar un instante, escribiendo con la luz, tratando de enfocar la imagen asomada a un puente. ¿Crees que se merece un personaje en el libro o una vida pequeña? ¿Cómo debería llamarla? O mejor dejarlo así, la llamaré la chica de la cámara de fotos”.