Para curar la soledad de la gente, el ángel decidió …
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La soledad
El ángel aún no estaba listo para bajar a la tierra. Sin embargo y mucho antes de lo que hubiera debido, lo hizo. Inexperto, inseguro, pero con ansias de ayudar, posó sus pies por primera vez en el suelo firme. Había oído hablar de la soledad, pero no tuvo el tiempo suficiente para saber su verdadero significado. ¿Sería algo malo o algo bueno? ¿Una cosa, un lugar? ¡Eso! Seguro debía de ser un lugar, pero si así era ¿dónde estaba?
Lamentó no haberse quedado más tiempo para que otros ángeles le hubieran enseñado el significado de esa palabra o, al menos, dónde quedaba. Si no lo aprendió en el cielo, lo averiguaría en la tierra. En el cielo era difícil darse cuenta realmente de qué podía ser la soledad. Imaginó entonces que era algo meramente humano y sólo entre los seres humanos la podía encontrar. No se equivocó. Sin embargo, seguía sin saber dónde y cómo empezar su búsqueda. Supuso que observar a las personas sería un buen modo de comenzar, tampoco en eso se equivocó.
Desde un árbol observaba los rostros de la gente, y la mayoría no parecía muy feliz. Observó durante días y se dio cuenta de que no era suficiente, debía escuchar más y a eso se dispuso. No tardó mucho en enterarse de lo que era la soledad, la gente hablaba mucho de ella. El inexperto ángel estaba confundido: parecía ser un estado, un sentimiento y hasta un lugar, y aunque no se trataba de un lugar fijo, mucha gente se había instalado allí. Tardó en entender que la gente podía estar sola, aun estando acompañada, como también le costó entender que ciertas personas que no tenían a nadie cerca no se sintieran solos en absoluto.
¿Dónde se alojaba la soledad de la gente? ¿En sus hogares, en sus mentes? No, sin dudas, no era eso. Y como siguió escuchando muy atentamente, supo por fin que la verdadera soledad se aloja en el alma de las personas. Entendió en ese momento por qué la soledad no dependía de si las personas tenían a alguien a su lado o no. ¿Cómo ayudar entonces? Un ángel no podía convertirse en un amigo, un hermano, un amor. No podía decir “habla, yo te escucho, me importa lo que tienes que decirme”.
El ángel se sintió confundido, había descendido antes de tiempo y no había llegado a escuchar cuál debía ser su misión en la tierra. Sin embargo, no le hizo falta subir otra vez al cielo para saber lo que el Señor esperaba de él. En lo más profundo de su corazón de ángel supo que su misión era, sin duda, paliar la soledad de los seres humanos. Feliz de saber su cometido, pensó entonces en cómo llevarlo a cabo. Si, como ya sabía, la soledad más profunda se alojaba en las almas, allí era dónde debía actuar.
Y fue así como el ángel fue colocando un sueño en cada persona que realmente estaba sola. Un sueño acompaña, ilusiona, llena de esperanzas los corazones vacíos. Colocaba diferentes tipos de sueños, grandes, pequeños, pretensiosos, humildes. El ángel ya no era ni inexperto, ni inseguro, y aprendió que los seres humanos también tienen problemas para soñar y cuánto más grandes son, el problema es más grande también.
Y las personas a las que el ángel ayudó (que fueron muchas), alojaron un sueño en su corazón y su alma ya no estuvo vacía ni se sintió sola. Aún mejor, la gran mayoría de esos nuevos soñadores fueron capaces de conectarse con otros y sintieron así una felicidad aún mayor, la de compartir un sueño, y pronto la soledad fue sólo un recuerdo lejano. El ángel, que no tenía compañía ni en la tierra ni con su misión, nunca, jamás experimentó esa soledad que resultó ser su gran desafío en la tierra.