¿Por qué Pedro se apenaba con la llegada de la Navidad?
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¿De qué se trataba
Cuando llegaba la época de Navidad, lo invadían tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto. Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vitrinas con ciervos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llevaba regalos a todos los niños, menos a él. ¿Sería que
Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos le hacían dudar de que aquello fuera cierto. Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían altos panes llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado.
Les preguntó muchas veces a sus padres por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntarles más. Quería adivinar de qué se trataría realmente esa gran fiesta.¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no, porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien. “Algo más tiene que haber”, pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo.
La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle y de pronto reparó en una construcción a la que antes no se había atrevido a entrar: era una iglesia. Su corazón no lo engañaba, algo le decía que hoy debía entrar en ese lugar, que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar.
No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real. Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer.
Le sorprendió tanta sencillez y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época. El niño en esa especie de catre lo maravilló más, mucho más que las vidrieras y las luces.
Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia que sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido. Y mientras el sacerdote les contaba acerca de
Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba