¿Qué solía hacer Daniel en su tiempo libre?
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El don
Daniel tenía un don. Tal vez, uno de los más deseados por el resto de los humanos: conocía con antelación los números de lotería que tendrían algún premio el día del sorteo. Se dio cuenta del don cuando era adolescente y fue un día con su padre a comprar lotería de navidad: observó perplejo cómo algunos de los décimos parecían emitir una especie de calor especial, extraño, casi extravagante. Casi parecía que tuvieran luz propia.
Pero la moneda siempre tiene dos caras. No conocía el amor. Aquel don fantástico tenía un precio enorme: su corazón no se estremeció jamás por una caricia. Fue entonces cuando empezó a odiar aquella falsa virtud de acertar siempre. ¡Tan absurdo, vacío e idiota se sentía! Cuando tuvo veintiún años se fue de casa. No lo aguantó más. Eligió la capital, allí, trabajando de camarero entre tanto millón de humano, difícil sería que volvieran a molestarle por culpa de aquel don tan idiota. Jamás utilizó su ahora secreto don para su propio beneficio, y eso era algo que le llenaba de felicidad.
Una día una mujer le dejó una propina desmesurada por un simple café con leche y un croissant. En aquel momento Daniel sintió algo en lo más profundo de él. Al mirarla a los ojos y sonreír muerto de vergüenza por aquella generosidad, observó que aquellos ojos de miel tenían la misma luz que irradiaban aquellos boletos de lotería. Cayó rendido, rendido al amor. Daniel se enamoró como un loco.
A Marta le enamoró aquella paz que parecía envolver a aquel camarero de mirada tímida, casi fugaz. Y empezaron a salir. Marta se enamoró hasta más no poder cuando descubrió que su novio se pasaba horas y horas en comedores sociales, no sólo como voluntario, sino también aportando dinero para abastecer de más recursos alimenticios a los más necesitados. La muchacha alucinó aún más cuando observó cómo se gastaba mucho más de lo que le aportaba su miserable sueldo en alimentos para donarlos a la caridad; cómo compraba libros para chavales sin recursos; cómo alimentaba a los gatos y perros ansiosos de un dueño al que llenar de amor incondicional.
Una noche Daniel le explicó a la muchacha lo de su don, que eso le llenaba el alma. Marta no daba crédito a cuanto escuchaba y su imaginación más egoísta -o tal vez también más humana, más terrenal- ya sólo pensaba en las mil y una cosas que podrían tener gracias a ese don tan excepcional.
La primera vez que Daniel utilizó el dinero de un premio para sí mismo sintió un frío recorrer por todo su cuerpo. Algo se rompía dentro de él justo cuando pagaba unos zapatos que gustaban a Marta desde hacía semanas. A esos zapatos caros, les siguieron varias prendas de vestir y algunas cenas románticas en restaurantes. Un velo casi invisible, imperceptible, le cubrió los ojos al muchacho, la cara … y en unos días el corazón y el alma.
Marta se sabía responsable de aquella desdicha. Pero el amor de Marta era sincero y decidió que ahora sería ella la que ayudaría a Daniel. Y propuso un plan que se resumía en algo muy sencillo: al día siguiente se gastarían los últimos ahorros en comprar un décimo de lotería de todas las terminaciones, del cero al nueve.
En el barrio son la pareja más admirada. Allá donde van acaban con la miseria. "¡Y sólo con el sueldo de un camarero y el de una profesora!”, escucharon sin querer una vez a unas mujeres que cuchicheaban desde el otro lado de la acera. Marta y Daniel sonrieron felices, así es como les gustaba vivir.