Al final de la historia, los jóvenes empezaron a …
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La poesía es como el mar
Al mismo tiempo que Teo llegaba a la costa del mar, salía de su casa Flor a correr, como todas las mañanas. Teo llevaba un cuaderno de cien hojas junto a su pecho, como quien resguarda a su corazón del dolor del mundo. Luego de mirar el agua, Teo comenzó con la tarea que parecía la única salida de su dolor y pesimismo.
Flor, que estaba llegando al lugar, reaccionó indignada: “¿Qué estás haciendo? ¿No sabes que está prohibido tirar basura en la playa?” “No es basura, son hojas del cuaderno”, dijo Teo. Pero, viendo esa mirada furibunda, comprendió que eran inútiles sus esfuerzos para sembrar un grano de poesía en el mundo.
“¡Claro que lo veo! Estás arrancando las hojas del cuaderno y las tiras en la arena. Estás aumentando la basura que la gente arroja al agua”. “Te repito que no es basura, es poesía. Cada hoja lleva mis versos, ¿no lo ves?” Flor no se conmovió ante la voz apagada y triste del muchacho y, agitando en su mano una de las hojas tiradas, respondió con burla: “Si yo no veo mal, las hojas están en blanco, no hay nada escrito”.
Esto era el colmo. Teo pensó que no tenía por qué aguantar más el tono insultante de esa señorita. Levantando la voz, defendió su honor de escritor lo mejor que pudo: “¡Tú eres igual que los demás! No sabes ver la poesía que está escrita con los colores llenos de adioses del atardecer, con el fino temblor de una gota de rocío, con las canciones del alma en una noche sin luna!”
Pero Flor se mantuvo indiferente: “¡Basta! No me interesan tus palabras. Yo pertenezco a un grupo ecológico y mi misión es cuidar la limpieza de la playa. Por eso te pido que no arrojes más basura porque, de lo contrario, te voy a poner una multa”. Flor continuó con su ronda, pensando que se había encontrado con un loco de los que nunca faltan por la mañana temprano, después de una noche sin dormir.
Teo no se asustó con la amenaza de multa y siguió tirando las hojas de su cuaderno. Sentado en la arena, pensó que era un buen destino el de sus poesías que el viento llevaba sobre las olas, hacia los altos edificios y cúpulas de los árboles. Estaba cansado de su triste destino de poeta, cuidando de ubicar las palabras, bellas y frágiles, que no llegaban a conmover a nadie. Mientras tanto, el viento seguía su viaje llevando tras de sí las “poesías” de Teo, llenas de los rayitos de sol que está escondido en el rincón de la infancia, de tibio olor de los jazmines, de brillo lejano de las estrellas.
Flor seguía su caminata por la playa, hasta que se vio envuelta en una ráfaga de viento y pudo sentir un perfume lejano y una música de palabras suaves que le agitó el corazón. Teo consideró que ya había cumplido su deseo. No sabía cómo iba a continuar de aquí para adelante, pero en parte su dolor se había aquietado. Estaba por marcharse cuando vio a Flor que llegaba corriendo: “¡Teo, qué hermosas poesías estoy leyendo! ¡Qué sensibilidad la tuya que te lleva a decir estas palabras tan hermosas! ¡Tu novia debe ser dichosa a tu lado!”
El muchacho quedó sorprendido por el entusiasmo de la joven que agitaba varias hojas que él había tirado. Por fin, alguien se emocionaba con sus poesías y eso lo llenó de felicidad. Pensó en contestar algo inteligente, pero solamente pudo decir: “Yo no tengo novia”, y se rieron los dos. Luego se cogieron de las manos y comenzaron a caminar juntos por la playa mientras las hojas arrancadas del cuaderno continuaban su camino, para contar que la poesía es algo tan profundo y misterioso como el mar.